Hola colegas,
Quisiera compartir con ustedes una lectura interesante relacionada con los temas que abordamos en la clase pasada.
Es de un autor se llama Miguel Martí Volio; (Valores Humanos y Cultura Digital. Encuentro Internacional de la Radio, Santiago de Chile del 6 al 9 de octubre de 1997), al cual tuve acceso por medio de una de las mejores profesoras que he tenido y a quien admiro enormemente; Josette Altman.
Este discurso, presentado con motivo del aniversario de Radio Chile y Radio Netherland, nos dice que no hay verdades absolutas, no somos átomos separados, somos parte de un todo. No existe una realidad, sino varias.
La tolerancia, aceptación de la diversidad, pluralismo, verdades relativas, son los nuevos valores que acompañan el nuevo paradigma.
El cambio del paradigma mecanicista al paradigma cuántico se extiende a todas las áreas del quehacer humano.
En el plano de la producción, por ejemplo, salimos de la era industrial y entramos en la era del conocimiento.
En lo político, de la democracia representativa, a la democracia participativa y en el paso del Estado -Nación a la Región-Estado.
En el plano cultural, de la era moderna a la era posmoderna
En este nuevo esquema, tienen lugar la era del conocimiento, la digitalización e internet así como nuevas y distintas realidades.
Verán que puede resultar muy útil para ilustrar lo que ya hemos estudiado.
Que lo disfruten.
ENCUENTRO INTERNACIONAL DE LA RADIO
Santiago de Chile
6 al 9 de Octubre, 1997
VALORES HUMANOS Y CULTURA DIGITAL
Miguel Martí
Quiero agradecer a Radio Nederland y a Radio Chilena por el honor que nos hace al invitarnos a compartir con ellos sus 50 y 75 años respectivamente de fecunda labor.
El tema de la charla que nos han pedido desarrollar es muy sugestivo: cultura digital y valores humanos.
Quisiera empezar por definir qué entendemos por “cultura digital”.
“Digital es una nueva forma que asume la realidad. Consiste en efectuar el paso desde la realidad física –la que Nicolás Negroponte llama el mundo de los átomos- a la realidad virtual, que el mismo Negroponte llama el mundo de los “bytes”.
Un “byte” designa la unidad básica de ese nuevo universo. Es un impulso eléctrico simbolizado por ceros y por unos. La acción mediante la cual se efectúa el tránsito desde los átomos a los bytes es lo que llamamos “digitalizar”.
Tenemos entonces que en el mundo actual la realidad tiene dos dimensiones: la real, que es física, material, tangible, diferenciada y que ocupa un sitio específico en el tiempo y en el espacio; una realidad digital que es inmaterial, intangible, indiferenciada y con relación a la cual no podemos aplicar las nociones tradicionales de tiempo y espacio.
Como lo dice Taichi Sakaiya, el creciente paso de la realidad física a la digital no debe verse como un escalón más en el curso ascendente de la era industrial, sino como el hito que, por el contrario, marca el fin del industrialismo y el inicio de una nueva era: la era del conocimiento.
Lo digital implica una profunda revolución. Hace obsoletos todos los sistemas y conceptos vigentes desde que en el siglo XVII René Descartes sentó las bases del racionalismo mecanicista.
El hecho de que la nueva materia prima estratégica de la economía sea la información, es decir, conocimiento expresado en bytes, implica que la totalidad del sistema productivo debe recomponerse para poder generar, administrar, procesar y transmitir información digital.
El problema esencial es que el sistema estaba – y en gran medida sigue estando estructurado según el anterior paradigma industrial, es decir, funciona en torno a la organización y administración de “cosas”, de productos físicos, materiales y tangibles.
Las estructuras económicas y políticas expresaban las necesidades de la organización básica de la producción en torno a la extracción y modificación de materias primas naturales.
La producción se organizó en torno a la gran fábrica industrial, en la que tanto la materia prima natural como los seres humanos eran conceptualizados como “cosas” cuya interacción debía organizarse, como lo enseñó el taylorismo, en función de criterios rígidos de maximización de la eficiencia y buscando siempre economías de escala.
Se trataba de una producción repetitiva, mecánica, masificada y a gran escala. A ella correspondían estructuras de organización igualmente rígidas, jerárquicas e impersonales.
Su correlato, en la esfera política, lo fue el Estado organizado en torno al esquema del centralismo burocrático, tal y como lo analizó a fines del siglo pasado Max Weber. Se trataba, ni más ni menos que el intento de plasmar el ideal racional en las estructuras de organización social y política, mediante la objetivación de esas relaciones y la “cosificación” de la esfera pública estatal.
Esta racionalización de la esfera humana condujo a extremos trágicos que, en su expresión de derecha -para usar categorías ya superadas- condujo a la fría organización “técnica” del holocausto por los nazis y, en su versión de izquierda, a la planificación estatal centralizada de la vida, en el modelo soviético.
A su vez, tanto la economía como la política se alimentaban de la visión de mundo que resultaba del paradigma científico vigente, es decir, el de la llamada física clásica.
En la tradición Occidental, los valores y conceptos con que organizamos la vida económica, social y política tienen en su base la visión de mundo que nos entrega la ciencia.
Iniciado por René Descartes en el siglo XVII, el paradigma que nos rigió hasta hace unos años fue el de la Física Clásica, cuyo máximo exponente fue el inglés Isaac Newton. En su visión, la totalidad del universo y nuestra realidad material serían una gran máquina gobernada por leyes físicas inmutables, rígidas y predecibles. De ahí que también se conoce a ese paradigma como “mecanicista”.
Para la científica inglesa contemporánea, Danah Zohar, el elemento básico del mundo físico mecanicista eran los átomos, entidades impenetrables y aisladas que rebotaban por el espacio y chocaban unas con otras como bolas de billar. Su “conducta” estaba determinada por relaciones de fuerza, de atracción y de repulsión.
El mecanicismo, siguiendo a Descartes, también sostiene una radical separación entre la mente y la materia. La naturaleza es percibida como “ajena”, externa, como un objeto totalmente separado del sujeto pensante y que debe ser conquistado y utilizado.
Como todo el universo es una máquina regida por las leyes de la mecánica, ésta puede y debe separarse en sus partes para que cada una sea analizada en su aislamiento. La medicina aún mantiene este paradigma y trata nuestras enfermedades como si fueran el resultado del mal funcionamiento de una de las partes de esa máquina que es nuestro cuerpo. Para ellos existe un corazón afectado o un hígado descompuesto, no una persona enferma.
El mecanicismo favorece la existencia de las partes aisladas, separadas e intercambiables.
Todo se reduce a muchos átomos individuales y a las fuerzas que interactúan entre ellos.
En la actualidad, nuestra percepción de la política, de la sociedad y de la economía sigue siendo mecanicista. Como los pensadores de aquellos tiempos, seguimos comparando esos átomos en colisión con la conducta de los individuos en la sociedad, en la medida que se enfrentan entre sí en la persecución de sus intereses individuales. El atomismo estimula un modelo de relación basado en el conflicto y la confrontación.
Para controlar el conflicto, considerado como esencial a la naturaleza humana –puesto que así se comportan los átomos de los que estamos hechos- organizamos un estado vertical, jerárquico y autoritario que, como una máquina, va a ser gobernado por las leyes frías y racionales de la burocracia centralizada e impersonal.
En ese universo mecánico y rígido las opciones son absolutas: una afirmación es verdadera o falsa, una acción es buena o mala. Sólo hay una verdad. No se aceptan los matices, las paradojas, la diferencia o el pluralismo.
Todos los pensadores sociales, políticos o económicos, desde Thomas Hobbes y John Locke hasta Carlos Marx y Adam Smith se inspiraron en el modelo mecánico de Newton.
El fundador de la sociología Augusto Comte, llamó a su ciencia “física social”.
Sin embargo, el nuevo paradigma de la física cuántica nos muestra que la esencia de todo lo existente no sigue las leyes de la mecánica. Nuestros modelos económicos, políticos y sociales están basados en una ciencia superada. Es necesario construir nuevos modelos que reflejen y reproduzcan el modelo de ser básico y esencial de la vida, según lo que nos dicen Albert Einstein, Max Plank, David Bohm, Werner Heisenberg, Fritjof Capra y otros.
De manera sumamente esquemática podemos decir que la realidad no es material ni es atómica y que no discurre según las leyes rígidas y predecibles de la gran máquina universal de Newton.
Por el contrario, eso que llamamos “realidad” no es más que la expresión organizada de energía, cuyas unidades básicas se llaman “quantums”
A nivel cuántico los sucesos no ocurren según una causalidad rígida y predecible, sino que más bien muestran tendencias a ocurrir según patrones de probabilidad.
Por otra parte, esa energía básica puede presentársenos ora como ondas, es decir, inmateriales y que ocupan todo el espacio, ora como partículas, es decir como materiales y que ocupan una posición definida en el espacio. A nivel cuántico la realidad es dual. Es a la vez material e inmaterial, con lo que el principio de no contradicción, tan querido por los racionalistas, no tiene asidero en este plano básico de realidad.
Ahora bien, la energía se nos aparece como onda o como partícula, dependiendo de lo que el observador desea encontrar. Si un científico desea analizar sus propiedades en tanto que onda, en función de ese objetivo prepara y ejecuta la medición. Si lo que quiere es analizar sus propiedades en tanto que partícula, procede de manera correspondiente.
Para nuestros propósitos lo que interesa destacar es que, a nivel cuántico, la respuesta depende de la pregunta. Es decir, no existe la pretendida objetividad, ni la separación radical entre sujeto y objeto predicada por Descartes y mantenida con sumo celo por tantos hasta la actualidad.
La energía cuántica es potencialidad pura. Cualquier cosa puede ocurrir o surgir de ella. Cuando así sucede, ocurre lo que los físicos llaman “el colapso de la función de onda”. Y lo que en efecto sucede no es más que el resultado de las interacciones que se establecen entre los distintos participantes.
Es decir, nada tiene que ser necesariamente de una determinada forma –como lo establecía el esquema anterior de la causalidad lineal y mecánica- sino que nuestra vida toda no es más que pura potencialidad cuya actualización en hechos concretos depende del universo de relaciones y de interrelaciones que construimos.
Dicen Danah Zohar y Fritjof Capra que a nivel cuántico, el científico es, literalmente, el partero de la realidad. En un plano general, la realidad total como se nos aparece en la vida cotidiana sigue el mismo proceso de generación: es lo que todos los involucrados en ella han hecho de ella a partir de sus interrelaciones. Es como es, pero nada impide que sea de otra forma. Literalmente, tiene una probabilidad infinita de modos de ser.
Desde un punto de vista estrictamente cuántico, y con todo el sustento científico correspondiente, ahora podemos decir, sin caer en voluntarismos, que cada una de nuestras comunidades, cada una de nuestras sociedades, cada uno de nuestros países, y el Planeta todo, es la expresión de la específica manera como todos hemos organizado nuestras interrelaciones y que en la medida en que las modifiquemos así se modificará el mundo. No somos prisioneros de ningún determinismo mecánico, ni biológico, ni social.
Llegados a este punto quisiera ensayar un esfuerzo de síntesis.
Lo digital, que como dijimos, está revolucionando el mundo de la organización de la producción y de la economía, no se está dando de manera aislada, sino como parte de un movimiento mayor que usando el concepto de Thomas Khun, constituye la emergencia de un nuevo paradigma.
Esquemáticamente podemos describir ese cambio de paradigma de la siguiente forma:
En el plano de la ciencia estamos en el paso del paradigma mecánico al paradigma cuántico o, como también se le llama, al paradigma holográfico.
En el plano de la producción y de la economía estamos en el paso de la era industrial a la era del conocimiento.
En el plano de la organización política estamos en el paso de la democracia representativa a la democracia participativa y en el paso del Estado-nación a o que Kenichi Ohmae llama la región-estado.
Finalmente, en el plano de la cultura y de los valores estamos en el paso de la era moderna a la era posmoderna.
Estos cuatro ejes horizontales están simultáneamente cruzados por otros cuatro ejes verticales, a saber: derechos humanos, ecología, nueva espiritualidad, y feminización de la cultura.
En este contexto, que no vamos a desarrollar por las limitaciones del tiempo, “Cultura digital” serían aquellos nuevos valores, esquemas, nociones y representaciones que surgen de y corresponden a, la digitalización de la actividad humana. Pero a su vez, esto no es más que una parte de un todo mayor.
Ese todo mayor que emerge paulatinamente es la conjunción dinámica y compleja de la física cuántica, de la quiebra del industrialismo y el surgimiento de la era del conocimiento; de la quiebra del modelo racional-burocrático y centralista de la organización estatal; de la crisis del Estado-nación y la emergencia de nuevas formas de organización menos verticales y menos centralizados; de la puesta en duda de la primacía absoluta de la razón sobre otras formas de conocimiento, como la intuición; de la ruptura del esquema mecánico que inevitablemente condujo a desmontar la realidad en sus partes constitutivas hasta perder de vista la totalidad para quedar atrapados en sus partes.
Los valores humanos que corresponden a la cultura digital, son los que en una visión más amplia, corresponden a una visión holográfica y posmoderna del mundo.
Estos valores incluyen el superar la noción del individualismo liberal (átomos duros e impenetrables) para sustituirla por la noción de comunidad dinámica (energía cuántica preñada de potencialidad).
Implica superar las viejas nociones de confrontación por las nuevas de cooperación. Implica desechar las nociones de autoridad vertical, jerárquica y rígida, por las de interacción horizontal, libre y flexible.
Implica ir desterrando las nociones de lo absoluto por lo relativo; de lo claro y distinto por lo probable; de lo singular por lo plural; de lo aislado y parcial a lo conectado y total.
Implica el desarrollo de la tolerancia y de la aceptación de la diversidad como manifestación externa de la unidad básica de la que todo proviene, como nos lo muestra la física cuántica.
En un plano más profundo de la realidad, la digitalización permite el paso de lo que antes existía separado y aislado como entidades diferenciadas, a un estado de ser unificado e indiferenciado.
En este plano, hemos encontrado un nuevo común denominador de las actividades humanas: sonidos, imágenes y datos coexisten ahora bajo la misma forma de bytes. En este plano, una fotografía, una canción y una ecuación matemática son, todas y cada una de ellas, una y la misma cosa.
En un plano más profundo aún, se reproduce lo que ya hacemos con nuestros escáners y computadoras: ya no sólo trasladamos a un plano de realidad unificado los sonidos, datos e imágenes que antes aparecían distintos y aislados, sino que nosotros mismos, cada uno de ustedes y yo, cada ser humano sobre el Planeta, cada criatura viviente; cada partícula en el universo somos todos y la misma cosa: lo que Deepak Chopra llama “una sopa cuántica de energía y de información”.
Para decirlo de manera sencilla: cada uno de ustedes soy yo. Y yo soy cada uno de ustedes.
Esto, por lo demás, es lo que nos vienen diciendo desde hace cinco mil años las grandes tradiciones filosóficas de Oriente como el hinduismo, el budismo tibetano y el taoísmo.
Por primera vez en la historia, la ciencia occidental se encuentra con el misticismo oriental. Son dos caras de la misma moneda.
Desde la perspectiva de un Occidental, esta nueva y muy compleja realidad cuántica, post-industrial, posmoderna y holográfica, es el crisol donde hoy se pueden y se deben amalgamar todas las tradiciones, todas las filosofías y todas las culturas, no para verlas con los ojos del paradigma que perece, es decir, como entidades distintas, totalmente separadas de mí y cuya forma de relación es a partir de relaciones de fuerza y de conflicto; pretendiendo que una es más “verdadera” que la otra; sino para que todos las celebremos como la manifestación actualizada de la potencialidad total de la realidad cuántica de la que todos venimos y a la que todos vamos.
Cada uno de nosotros expresa una parte de esa potencialidad, y cada uno de nosotros puede hacer colapsar nuevas realidades. Eso sólo depende del tipo de interrelaciones que decidamos instaurar entre nosotros.
Ya podemos sentirnos liberados de las viejas nociones según las cuales, como nos lo ha estado recordando Hobbes durante demasiado tiempo, cada hombre es el lobo del hombre. Esa visión corresponde a la visión atomista, aislada y conflictiva de la física clásica.
Pero esa noción que hemos venido repitiendo durante los últimos 300 años, también está unida a otras muchas, cuyo conjunto final es la visión de mundo dominante de los últimos dos siglos especialmente.
Esa visión nos presenta a la naturaleza como esencialmente “otra”, distinta y totalmente separada de nosotros. Fritjof Capra, con razón, dice que en esa visión debemos buscar la causa de la crisis ecológica actual.
No solamente la naturaleza es radicalmente “otra” y “separada”. También lo que es nuestro propio cuerpo, que el paradigma anterior visualiza como una máquina separada del sujeto pensante. Dualismo también favorecido por las enseñanzas cristianas, según las cuales el cuerpo –carnal, terrenal y pecaminoso- está separado del espíritu y del intelecto, que sí son las vías para la espiritualidad y el encuentro con lo divino.
Pero además, no sólo la naturaleza y nuestro cuerpo aparecen como aislados, separados y externos; también lo son todos los demás seres humanos. La posibilidad de una verdadera compenetración entre las personas para alcanzar grados superiores de organización y de armonía es rechazada. Albert Camus consideraba, por ello, que la vida es absurda.
A lo sumo, podemos darnos por satisfechos logrando un “contrato social” que impida que nos masacremos los unos a los otros, gracias a un estado, igualmente externo, que interviene para imponer el equilibrio.
Esas nociones ya no tienen asidero en la verdad de la energía cuántica. Todos, como parteros que somos de la realidad, en sentido literal, podemos unirnos y hacer colapsar la potencialidad contenida en nuestras relaciones en formas superiores y más armónicas de organización. Hacerlo así es ir en la dirección de, y estar en armonía con, el movimiento y el comportamiento de la energía en el plano cuántico.
En el plano cuántico, cuando dos sistemas entran en contacto se interpenetran mutuamente, de manera que la nueva totalidad resultante es distinta, superior y mayor que la simplemente suma de sus partes.
La física de nuestros días ha demostrado que la energía cuántica tiene la tendencia a colapsar en formas superiores de organización, en un sentido ascendente de complejidad y de evolución.
Los valores que corresponden al nuevo paradigma –el que incluye la física cuántica y la realidad digital- son aquellos que implican símbolos y representaciones que nos permiten construir una nueva imagen simbólica del individuo, del mundo y del universo como esencialmente unidos en un proceso evolutivo hacia formas superiores de coexistencia.
El reestablecimiento de la unidad esencial de la vida implica que cada acción, y de hecho, cada pensamiento, que también es energía cuántica, repercute en la totalidad del universo.
Esta ubicuidad también está posibilitándose, a su manera y dentro de sus límites, por la transmisión digital y a la velocidad de la luz, de las imágenes, los datos y los sonidos que provienen de nuestra realidad material física tradicional.
En el mundo digital se está desarrollando, como contraparte al mundo cuántico, la noción de interconexión total del sistema. Esto se está logrando a través del desarrollo de redes indiferenciadas, cuya expresión y nuevo ícono de la cultura digital es Internet.
El mundo se está estructurando como redes digitales. La pregunta es, como lo plantea la investigadora francesa Isabelle Rieusset-Lemarié, si las redes pueden estructurarse como un mundo.
Para que la red nos contenga como seres humanos, es necesario que en el mundo real, no en el virtual, comencemos a desarrollar y a aplicar los nuevos valores que corresponden a los nuevos paradigmas. En el proceso de hacerlo, las redes son el instrumento privilegiado para diseminar y transmitir esos valores a todo el orbe.
Ya no somos átomos duros, impenetrables y aislados, chocando, repeliendo y siendo repelidos.
Más bien, somos bailarines, -como lo dice Fritjof Capra, expresando en cada movimiento nuestra individualidad al ejecutar los movimientos de los que cada uno es capaz, pero siendo, simultáneamente y gracias a nuestra especificidad, partícipes de una única danza universal.
Muchas gracias.